El guardador de rebaños [Fernando Pessoa]
2013, 9 julio
I
Yo nunca guardé rebaños
Pero es como si los guardara.
Mi alma es como un pastor,
conoce el viento y el sol
y anda de la mano de las Estaciones
siguiendo y mirando.
Toda la paz de la Naturaleza sin gente
viene a sentarse a mi lado.
Pero yo quedo triste
como una puesta de sol
para nuestra imaginación,
cuando enfría el fondo del llano
y se siente la noche que entra
como una mariposa por la ventana.
Pero mi tristeza es sosiego
porque es natural y justa
y es lo que debe estar en el alma
cuando ella piensa que existe
y las manos cogen flores
sin que ella se entere.
Como un ruido de cencerros
más allá de la curva del camino
mis pensamientos están contentos
sólo tengo pena de saber
que ellos están contentos
porque, si no lo supiera,
en vez de estar contentos y tristes,
estarían alegres y contentos.
Pensar incomoda
como andar en la lluvia
cuando el viento crece
y parece que llueve más.
No tengo ambiciones y deseos.
Ser poeta no es una ambición mía.
Es mi manera de estar solo.
Y si deseo a veces,
Por imaginar, ser corderito
(o ser el rebaño todo
para andar disperso por toda la ladera
siendo muchas cosas felices
al mismo tiempo),
es sólo porque siento lo que escribo
a la puesta de Sol,
o cuando una nube pasa la mano
por encima de luz
y corre un silencio por la hierba.
Cuando me siento a escribir versos
o, paseando por los caminos o por los atajos,
escribo versos en un papel
que está en mi pensamiento,
siento un cayado en las manos
y veo un recorte de mí
en la cima de un otero,
mirando mi rebaño
y viendo mis ideas,
o mirando mis ideas y viendo mi rebaño,
y sonriendo vagamente
como quien no comprende lo que se dice
y quiere fingir que comprende.
Saludo a todos los que me leen,
sacándoles el sombrero largo
cuando me ven en mi puerta
apenas la diligencia
se levanta en la cima del otero.
Los saludo y les deseo sol,
y lluvia, cuando la lluvia es precisa,
y que sus casas tengan
al pie de una ventana abierta
una silla predilecta
donde se sienten leyendo mis versos.
Y al leerlos piensen
que soy cualquier cosa natural:
Por ejemplo, el árbol antiguo
a la sombra del cual, cuando niños,
se sentaban con un sofoco,
cansados de jugar,
y limpiaban el sudor de la cabeza
caliente con la manga del delantal rayado.
II
Mi mirar es nítido como un girasol
tengo la costumbre de andar por los caminos
mirando a derecha y a izquierda,
y de vez en cuando para atrás…
Y lo que veo a cada momento
es aquello
que nunca antes había visto,
y me doy cuenta muy bien…
Sé tener el asombro esencial
que tiene un niño, si, al nacer,
repara de veras en su nacimiento…
Me siento nacido a cada momento
para la eterna novedad del mundo…
Creo en el mundo
como en una margarita,
porque lo veo. Pero no pienso en él
porque pensar es no comprender…
El mundo no se hizo
para que lo pensáramos
(pensar es estar enfermo de los ojos)
sino para mirarnos en él
y estar de acuerdo…
No tengo filosofía: tengo sentidos…
Si hablo de la Naturaleza
no es porque sepa lo que ella es,
sino porque la amo, y la amo por eso,
porque quien ama nunca sabe lo que ama
ni sabe por qué ama, ni lo que es amar…
Amar es la inocencia eterna,
y la única inocencia es no pensar…
III
Al atardecer, recargado en la ventana,
y sabiendo de soslayo
que hay campos enfrente,
leo hasta que me arden los ojos
El Libro de Cesario Verde.
Que pena tengo de él.
Era un campesino
que andaba preso en libertad por la ciudad.
Pero el modo con que miraba las casas,
y el modo como observaba las calles,
y la manera como se interesaba por las cosas,
es la de quien mira los árboles
y de quien baja los ojos
por la calle donde va
y anda observando
las flores que hay por los campos…
Por eso tenía aquella gran tristeza
que nunca dice bien que tenía.
Pero andaba en la ciudad
como quien anda en el campo
y triste como disecar flores en los libros
y poner plantas en jarros…